Basado en hechos imaginarios: Relato (IV): Apostar por necesidad, perder por obligación.

1 dic 2015

Relato (IV): Apostar por necesidad, perder por obligación.

Apostar por necesidad, perder por obligación



Puedo leer tu mente, eres un fracasado.
Mírate, perdiendo lo poco que tienes tentando a una suerte de la que careces. Ya deberías saberlo. Tú no eres de los que descorchan champán el día de la lotería. ¿Por qué la tragaperras iba a ser diferente?
Otra moneda.
Su propio nombre lo dice: está para tragar, no para cagar. Es más sincera de lo que tú has sido en toda tu vida. Y viendo cómo te ha atrapado, es mejor en su trabajo de lo que tú eras en el tuyo. A ella su jefe no le dirá un “espero que te vaya bien en la vida”.
Oh, ¿te he recordado lo miserable que eres? Lo siento, olvidaba lo fácil que es ofenderte con la verdad. No me vengas con esas de que el despido les salía barato. No te hubieran echado si hubieras sido útil. Reconócelo, lo que tú hacías lo hace cualquiera cobrando menos. No era tan difícil currar mejor. Deberías haberte esforzado más en demostrar que valías.
Otra moneda.
Toño, ponme otra caña.
Tampoco ellos tienen la culpa de que no te contraten. Tu hija te podría hacer un currículum en condiciones, en Linkedin o en las webs de empleo, y no esa mierda de papel garabateado que exhibes como si fuera un trofeo. En lugar de demostrar que sabes reciclarte y adaptarte a los nuevos tiempos sigues confiando en que tus veintiséis años de experiencia en a-nadie-le-importa es todo lo que necesitas. Me das vergüenza.
Ya ni siquiera buscas trabajo. Tu torpe sistema no ha funcionado y en lugar de probar algo nuevo te escondes en la apatía y la mentira. Vienes aquí, cada mañana, pensando que un trabajo caerá como tus monedas caen por ese agujero.
Otra moneda.
Ni en aquella tienda de zapatos te mantuvieron en nómina. No empieces con ese cuento de que el contrato decía un período de prueba de un año. Si no vales, te echan. Las cosas son así. Pero no, tú te empeñas en hacerte la víctima. “Soy como los demás”, dices “el gobierno me ha jodido”. Ni tú te lo crees. Aquí estás, desperdiciando el paro que te costó treinta años ganarte.
Has dejado que cuatro o cinco malas experiencias te hundan. El problema no es la crisis, eres tú. Y lo sabes.
Mira a través de ese mugriento cristal que Toño no ha limpiado en su vida. ¿Ves esos edificios? Vives en esta gran ciudad, llena de oportunidades, y crees que no hay nada ahí fuera para ti. ¿Y qué que sean trabajos de mierda? Cualquier cosa es mejor que lo que tienes ahora. Que es nada. La nevera no se va a llenar sola y sois cuatro bocas. Suban o bajen el IVA, tienes que seguir comprando comida. Ten algo de dignidad y gánate el dinero trabajando en lugar de seguir con la maquinita esta.
Otra moneda.
Toño, ponme otra caña.
Apúntate a un cursillo de algo. ¿No arreglas el tubo del fregadero? Haz algo de fontanería y que te den un título, que es lo que de verdad importa. Es lo que están haciendo los jóvenes, y son más listos que tú. No dejes que te coman el terreno, porque a ellos no les duelen aún los huesos. No les preocupa la jubilación y a ti te llegará cualquier día. Si es que logras cotizar.
Ve a ver a esa mujer del INEM, ese pájaro de mal agüero, y dile que el viejo fracasado que eres todavía tiene sangre en las venas. ¡Sí! ¡Eso es! ¡Arréglate esa barba de indigente! ¡Vístete como un triunfador! ¡Estira la espalda! Que todos te vean caminar orgulloso cuando entres en la oficina de empleo y anuncies que quieres dar un vuelco a tu vida.
Otra moneda.
Lo imaginaba. No tienes voluntad.
¡Eso es, mira la cartera! Has cambiado el crujir de los billetes por el reconfortante peso de las monedas. Pero a cada partida el tintineo es más débil. Cómo cambia el dinero de manos, especialmente el tuyo. Como en aquella aventura tuya al casino. Cuando pienso que no puedes ser más estúpido pienso en aquella noche.
Para empezar, ¿a quién se le ocurre visitar a una adivina? Son un fraude más grande que las lentillas para ciegos. “Tu suerte va a cambiar”, te dijo. Así, alardeando originalidad. Y tú, estúpido, te lanzaste a los casinos.
¡Qué elegante estabas con ese sombrero! Pero hasta los de la puerta vieron a través de tu traje alquilado y supieron que eras un pordiosero. Aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
¿Cómo ibas a ganar nada si te estabas preguntando dónde estaban los bastos en esa baraja? Entre ruletas y naipes se fueron los billetes y las esperanzas. La banca siempre gana. Y lo poco que te quedó te lo sopló el casino con una tónica; la más amarga de todas mientras veías cómo aquel fulano que parecía el campeón mundial de póquer se lo llevaba todo. Muy orgulloso en sus cartas y sus miles euros en fichas. Tú podías haber sido él, si hubieras tenido la suerte que sabes que no tienes. Y aquí sigues, tentándola. 
Otra moneda.
Toño, ponme otra caña.
A este ritmo acabarás en la calle. Como aquel mendigo al que no le diste el euro. ¿Te acuerdas de él? Con su aspecto desaliñado y triste: “Soy español en el paro. Tengo una hija”. Murmurando algo sobre “piedad” y “una ayudita”. Te viste como él en no mucho tiempo y sacaste el euro. El mendigo hizo amago de una sonrisa cuando avanzaste hacia él, pero se le congeló en la cara cuando te quedaste parado.
Nueva y reluciente. Con la cara del Rey. Un euro.
Aquella podía ser tu moneda de la suerte. En lugar de echársela al mendigo la echaste en la tragaperras. Y así perdiste tu moneda, esa que te sacaría de aquel agujero en el que tú solo te habías metido.
Vueltas y vueltas dan las cerezas y las campanas de la maquinita y ningún premio sale hoy. ¡No pulses ese botón! Te engaña diciendo “Avance”, pero al final te pedirá más monedas. ¿Lo ves?
Espera un instante y reflexiona. Piensa en lo que estás haciendo.
Eso es. Sigue silencioso y haz caso a quién mejor te conoce. Sal de este bar y ve a buscar la oportunidad que te espera ahí fuera. Buscar empleo es también es un juego de azar. Si insistes, en algún momento ganarás. No, no hagas eso.
Otra moneda.
Te has quedado callado, ¿eh? Claro. Tus hijos. Piensas en ellos y en lo mucho que les queda por delante antes de que puedan siquiera rozar lo que tú has desperdiciado con tu vida despreocupada.
¡Ya vuelves con la estupidez de la hipoteca elevada! Fue culpa tuya, no podías ganar tanto en cuarenta años. No si vivías a todo trapo. Coche. Casa en el pueblo. Dos hijos en la universidad. Un pelacables como tú no podía aspirar a tanto. Es lo que te dicen los periódicos donde ya nadie pone ofertas de empleo y tú insistes en mirar.
Luego volverás a casa y tendrás que mirarte en el espejo del ascensor. Con tu cara de perdedor. Pulsarás uno a uno los botones que te llevan al sexto, tratando de retrasar lo inevitable. Tu mujer te esperará en casa, limpiando la casa que tú vas a perder, después de haberse matado a limpiar casas ajenas por cuatro duros.
Otra moneda.
Te preguntará: “¿qué tal el día cariño?”. “Ya me llamarán”, le dirás tú. Ilusa. Aquí has estado toda la mañana. Perdiendo el tiempo, el dinero y la dignidad. Hasta que no ha quedado nada. Pronto la perderás a ella, cuando descubra el fraude que eres.
Ya falta poco…
¡Torpe! Esa era tu última moneda y se te ha caído al suelo. ¡Menudo golpe! Lo siento por ti, pero te lo mereces. Llevas veinte cañas en el cuerpo y otro te controla. Encima te has roto un dedo. Deberías ir a pedir la baja. Mejor aún, échale cuento y di que te has partido el brazo; y la cadera y el dedo gordo del pie.
Es lo que otros hacen y se van de rositas. Pero a ti te pillarían. Porque tú no eres de los que roban. Ni para eso tienes talento.
Ya tienes tu moneda. Esa que te ha costado un dedo. Mírala bien. Última oportunidad. ¿Crees que será la definitiva? ¿De verdad crees que esa moneda va a cambiar algo?
Otra moneda.
Ya está. Se acabó. Tu última moneda no es más que un recuerdo. ¿Qué esperabas, idiota?
Deberías haberlo aprendido hace mucho. El que apuesta, siempre cae en la trampa.

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